Antonio Grimau es uno de los artistas más destacados de la industria nacional, con papeles memorables en telenovelas, y con un reconocimiento genuino del mundo del teatro, que le permite estar en la consideración de proyectos actuales. “Siempre estoy con expectativas, pero indudablemente con una merma importante en las posibilidades de trabajo de los actores, porque directamente la ficción no existe en televisión, los actores estamos apoyándonos en el teatro, pero la torta no alcanza para todos. Este año no hice temporada porque las propuestas que me llegaron no me parecían viables, no ha sido una temporada brillante para el teatro, pero aún tengo esperanza de que vuelva en algún momento la ficción, porque las condiciones para la producción nacional están dadas, en lo artístico, en el material humano que está probado en el mundo con grandes éxitos, esperemos que los que nos gobiernan generen una apoyatura a la cultura nacional”, destacó.
“El tema de las propuestas es lo que más me tranquiliza y me da ánimo, porque no dejo de recibirlas, el año pasado hice una obra española que se llamó La Ternura, grabé una publicidad para un banco, e hice un streaming con Pablo Granados que tenía que ver con San Martín, y también he recibido ofertas que por muchas razones no pude aceptar, porque si no me entusiasma no me gusta involucrarme, actualmente pinto y vendo cuadros, eso me está sosteniendo. Voy a tratar de volver a hacer lo que me guste, y en ese sentido hay un proyecto concreto de Irina Alonso para volver a realizar una obra que tiene que ver justamente con la ficción, en tono de comedia, que la verdad es lo que me gustaría hacer en esta etapa, que es un ejercicio difícil, pero lindo de ejecutar”, agregó en Radio Provincia.
La avidez intacta por nuevos proyectos, y la búsqueda del progreso constante, lo destacan como un personaje inquieto, que accidentalmente ha ingresado al mundo de la pintura, un eje importante de su presente. “Rastreando los orígenes donde cursé la escuela primaria me crucé con el arte de la pintura, y nunca dudé en buscar el apoyo profesional para formarme, estudié de manera particular y también en Bellas Artes. En general me gusta lo abstracto, puedo estar diez horas pintando, es una caricia al espíritu y un despeje mental, un placer que conjuga momentos de tortura porque lo que pretendes hacer no sale, aunque hace poco tiempo escuché a un gran pintor decir que no hace falta encontrar la perfección porque en ningún orden existe, hay que saber observar lo que uno genera y darse cuenta que puede tener defectos, pero tiene que haber un punto donde uno deje de obsesionarse con la perfección, y eso me pareció atendible”, indicó.
“También incursioné en el canto, llegué por un problema mientras estaba actuando en el San Martín, donde tenía que gritar con cuarenta actores en escena batallando y al tercer grito quedé disfónico, entonces busqué una profesional y reparé el problema, me enseñó a colocar la voz para poder hacerlo sin lesionarme. También me recomendó estudiar canto para nuevos proyectos, cosa que me pareció muy coherente, porque inmediatamente llegaron convocatorias para hacer comedia musical, y pude responder con mayores herramientas para interpretaciones en obras de León Tolstói, o la última que hice con Lucía Galán, Hello Dolly, otra cosa impensada para mi vida, donde ejercí como actor, cantante, y hasta bailarín”, marcó en Ida y vuelta.
La infancia de Grimau transcurrió en la zona sur de la provincia de Buenos Aires, pateando en potreros de su natal Lanús, en una juventud donde tomó decisiones importantes y apresuradas, como cambiarse el apellido Rebolini por el actual, una postura que aún hoy se debate internamente. “Fue muy feliz mi infancia hasta los doce años, porque hasta ese momento mis cuatro hermanos trabajaban bien, mis padres también, mi madre era ama de casa, y era una familia feliz, pero en siete meses fallecieron mis padres y una hermana mayor, realmente sentí que se me acabó el mundo, de la familia Ingalls que éramos, de golpe quedamos solos, decepcionados y muy deprimidos, pero después el teatro fue lo que a los dieciséis años me salvó, no hay ninguna pisca de exageración en la expresión, me cambió la cabeza, me cambió la vida, cuando descubrí lo que proponía el teatro, lecturas, música clásica, un mundo que yo desconocía por completo, lo abracé, pero desesperadamente, en reemplazo de tanto que había perdido”, enfatizó.
El éxito de Trampa para un soñador, y Quiero gritar tu nombre, dos telenovelas que hicimos con Cristina Alberó, nos llevaron a trabajar a Estados Unidos, hacíamos giras en las grandes ciudades, y en un momento dado en la cafetería de la Paramount nos pedían autógrafos, de alguna manera el sueño de niño estaba superando las expectativas. Ahí también me empezó a preocupar el norte de mi carrera, porque como galán de teleteatro me iba muy bien, pero sentía que estaba descuidando al actor, que me estaba eternizando en el rol de galán, y eso tiene fecha de vencimiento, hasta que apareció Alberto Ure que me convocó para Los Invertidos, y eso definitivamente me cambió la vida, porque ahí recién me empezaron a dar lugar los personajes directores del teatro que me interesaban, fue la llave para acceder a lo que realmente quería, que era teatro del bueno”, concluyó.