Alessandra Sanguinetti viajó como fotógrafa para la agencia Magnum en coordinación con Save the Children y así tuvo la oportunidad excepcional de fotografiar la vida en la Franja de Gaza, con el foco puesto en los chicos.
En diálogo con Lalalas, Alessandra describe su ingreso a uno de los territorios más conflictivos del planeta: “la entrada a Gaza ahora está bloqueada completamente. Parece un aeropuerto pero no es un aeropuerto, está lleno de soldados. Te tratan como criminal por querer entrar a Gaza. Hacés como media milla y entrás al control de Hamas y a ellos lo que más les importa es que no entren espías israelíes. Entre los dos cruces me quedo con Hamas, no es que me gusten, pero no estaba la sensación violenta y opresiva”. Sin embargo, una vez dentro “Hamas tiene un control tremendo. No podés sacar fotos en la calle y si te ven piensan que sos un espía israelí”.
La fotógrafa comparó lo que vio con su viaje en el 2006: “cambió mucho desde la primera vez, antes estaba la pared en construcción, ahora son un hecho, parte de la vida cotidiana. El campo de refugiados donde pasé mucho tiempo tenía un campito, el único lugar verde, con olivos. Esto fue robado por los israelíes, pusieron una pared y se quedaron con ese lado. En el campo de refugiados es todo cemento, no hay ningún lugar donde puedan tomar un respiro. Hay un par de centros culturales que no se como hacen pero inventaron un espacio. Hay muchísima más gente, una sensación más claustrofóbica, más dura. Antes había más aire, ahora está muy pesado, muy denso. Vi niños que 1500 veces habían estado en la cárcel israelí. Para los varones es como un rito de adolescencia que te detengan los soldados”.
Alessandra vive en EEUU y cuestiona que “cada vez que pago impuestos estoy pagando por tanques y bombas. Sin EEUU, Israel no existiría”, afirma rotundamente y aclara: “Mi familia es judía de Nueva York y hay varios sionistas pero no todos son así. Yo me siento con la responsabilidad de hacer lo poco que puedo”.
En otro tramo de la entrevista la fotógrafa recordó la particular forma en que financió su primer viaje a Palestina: “una vez que fui consciente de lo que pasaba en Palestina todo fue muy claro. Quise ir a fotografiar a los niños allá. Busqué medios gráficos que quisieran mandarme pero ya lo tenían cubierto. Luego tuve que llevarle mis obras a un millonario que me compraba las obras que vio en el MOMA. Tuvimos una reunión en su mansión en la 5ta Avenida y le comenté que tenía el plan de ir a Palestina, pero no tenía fondos. Me dijo que le mande un fax con un presupuesto. Cuando volví le llevé las fotos y le mostré niños heridos por el ejército israelí por estar tirando piedras. El tipo me preguntó porqué los niños estaba tirando rocas y discutimos”.
Su último viaje fue el año pasado trabajando para Save the Children, que envía fotógrafos a zonas de conflicto para sensibilizar sobre los niños y niñas que viven allí. Ese trabajo fue su oportunidad de conocer la Franja de Gaza: “Si yo quisiera entrar por mi cuenta no podría. Otros fotógrafos no pueden, lo mío fue una excepción”.