Betina González nació en la localidad bonaerense de San Martín y producto de sus libros “Arte menor”, “Juegos de playa”, “Las poseídas”, y “La América alucinada”, entre otras obras ha logrado reconocimiento en el mundo de la literatura contemporánea. Actualmente se encuentra en la última etapa de revisión de su próxima publicación que se titulará “Olimpia”.
En diálogo con Osvaldo Quiroga en El Refugio, la autora se refirió a su ensayo “La obligación de ser genial” donde aborda el proceso de construcción de producciones literarias.
“Surgió por las clases que vengo dando desde hace más de 10 años. Había muchas notas de clase y charlas que di en Estados Unidos y acá en Argentina. Me encontré con muchos textos sobre los que traté de escribir, y me dediqué a corregirlos durante el confinamiento”, contó al respecto, para luego agregar que en la situación de pandemia lo que más extraña de las librerías “es que no se puedan hojear los libros para leer los primeros párrafos” a los cuáles les atribuyó “una captación que tiene que ver con la seducción y ver las apuestas del autor o autora”.
Puntualizando en “La obligación de ser genial”, dijo el hecho de que notar que sus alumnos “tenían miedo de los comienzos de los textos, que eran medio tímidos o torpes” le hizo plantear “una distinción entre origen y comienzo” ya que “a veces uno empieza a escribir por donde puede o por la escena que más lo convoca, pero luego hay que tomarse un tiempo y ver si esa novela tiene el comienzo que se merece”.
González expuso su mirada respecto a la influencia de la redacción periodística en las producciones literarias diciendo que “sirve de práctica, pero en cierto punto contamina. Es un lugar donde vemos todos los temas y las agendas en forma muy estereotipada” y en ese sentido consideró que “es difícil ser creativo en periodismo. Tiende a lo estándar, al cliché. Nuestra época tiene un pedestal ‘el yo’ y lo que le pasó ‘al yo’. Con todo este boom que hubo con el periodismo narrativo, que ha producido muy buenos libros, pero de alguna manera ya venimos desde hace dos décadas teniendo que aplaudir solamente aquello que está basado en hechos reales”.
Esta situación puede “generar la confusión de pensar que la persona que escribe crónicas o narra hechos basados en hechos reales no está usando su imaginación. Por supuesto que la imaginación está en juego aunque estés escribiendo sobre una historia basada en hechos reales. El problema son los libros cuyo único valor es este, documental o testimonial. A mí me interesa el libro que me deslumbra desde la imaginación y desde el lenguaje también”, finalizó.