Talentosa en partes iguales así en la literatura como en el periodismo, la de Sara Gallardo es una figura cuyo aporte al oficio comenzó a ponerse en valor hace pocos años. En parte, por la visibilidad que van cobrando las mujeres referenciales de las diversas disciplinas gracias al compromiso con que la cuarta ola del feminismo trabaja, desclasifica, investiga y repone los itinerarios de mujeres invisibilizadas por su condición de género. Pero también, en este caso, por otros prejuicios: la vida y la obra de Sara Gallardo Drago Mitre fueron motivo de injustas y reduccionistas lecturas de clase cuando, su itinerario ejemplifica el recorrido de una verdadera trabajadora de prensa gráfica, aún a pesar de los accesos que puede haberle facilitado el hecho de descender de los fundadores de La Nación.
Desde muy joven Sara Gallardo trabajó para mantener a sus tres hijos y pagar sus cuentas, trotaba calles para luego desplegar su talento y creatividad en las más diversas formas del periodismo escrito (“hay una Sara entrevistadora, otra cronista, la editorialista, la que se escabulle bajo los ropajes de una señora chic y banal, e incluso la cuentista y la autobiógrafa”, dice el prólogo de Los Oficios /2018, Editorial Excursiones) último de los libros que reúne la obra periodística de Gallardo. Allí, la compiladora Lucía Leone exalta los puntos de inflexión de una vasta, compleja y heterogénea trayectoria periodística que se fue consolidando al compás de su carrera literaria y que es de igual peso en la escena cultural contemporánea que su obra ficcional como marcadora de imaginarios socioculturales. Sara Gallardo fue cronista de su tiempo, y no se quedó tranquila con aquello que la época le ofrecía: fue una intérprete original –tan sensible como punzante y crítica- que supo identificar y narrar, con la imaginación y la prosa de la escritora, los hechos grandes en las pequeñas escenas de la vida cotidiana, y viceversa.