La escritora y periodista de temas culturales Silvia Hopenhayn se refirió a su última novela: Vengo a buscar las herramientas. Se trata de una historia que transcurre en dos tiempos. El de la Patagonia profunda de los años 60 y el del barrio de Villa Crespo en 2019. “Es una novela que nace en un pozo, cavando y cavando”, manifestó su autora, quien explicó que “fue como el tesoro escondido que uno nunca sabe que va a encontrar”.
En declaraciones a Radio Provincia, indicó que “la muerte de un gato fue el origen de un encuentro con una persona. Ese hombre me ayudó a enterrarlo y mientras hacía los necesarios 80 centímetros para sepultar a mi mascota, me contó la historia de su infancia en la Patagonia profunda, en un paraje rural, donde no enterraban a los muertos, sino que los depositaban en la montaña, no por descuido sino porque cada cultura o población o cada uno hace lo que puede”. En ese marco, esta persona le confesó que cuanto tenía 4 años “hubo un deshielo prematuro que contaminó las aguas que bajaban de la montaña”. Hopenhayn dijo que, según el relato de ese desconocido, su papá advirtió que había que hacer algo para evitar que esa situación se repitiese y se propagasen enfermedades entre los pobladores. “Entonces –manifestó la escritora- decidió enseñarle a los pobladores a construir cajones, enterrar a sus muertos y hacer un cementerio donde no llegaran las aguas del deshielo. Él, que en ese momento era un niño, escuchaba que golpeaban la puerta de su casa de adobe y decían ‘vengo a buscar a las herramientas’, y el padre preguntaba ‘quién ha muerto’”.
En ese marco, explicó que “el libro tiene dos tiempos: el tiempo patagónico de los años 60 y el de la madre soltera, que recorre una manzana de Villa Crespo como si fuera un pequeño Macondo doméstico” y aseguró que “el trabajo con el lenguaje fue muy diferente en las dos historias que se van entrelazando porque el de la Patagonia responde a la escucha de este hombre, que después decidí entrevistar. Entonces el diapasón de la escritura me vino por la oreja”.
Hopenhayn sostuvo que “cuando escribo ficción entro en una especie de trance, como un estado de escritura, y empiezo a escribir si tengo una historia que contar. No lo tomo como un oficio y me enfrento a una página en blanco hasta que aparezca el texto”.