Diarios del odio |Odio al día
1845. La literatura argentina se funda con un graffiti. Así abre el Facundo:
A fines de 1840 salía yo de mi patria, desterrado por lástima, estropeado, lleno de cardenales, puntazos y golpes recibidos el día anterior en una de esas bacanales de soldadescas y mazorqueros. Al pasar por los baños de zonda, bajo las Armas de la Patria, escribí con carbón estas palabras:
On ne tue point les idées.
Las ideas no se matan decía el tag afranchutado de Sarmiento, graffitero cuyano, mientras pa’ Chile se iba.
La grieta desde entonces.
2014. Casi doscientos años después, los artistas y sociólogos Roberto Jacoby y Syd Krochmalny se propusieron trabajar sobre el umbral de la intolerancia. Lo pensable. Lo decible. Lo publicable. Lo imprimible. Lo pronunciable.
Entre 2008 y 2014-2015, se sumergieron en buceo espeleológico por los detritus malolientes, mal dolientes de los posteos odiantes de los lectores de La nación y Clarín, versión digital. Con fruición escatológica y adictiva leyeron, seleccionaron, copiaron pegaron e imprimieron casi tres toneladas de pruebas de insultos.
En el marco de una muestra de Jacoby en el Fondo Nacional de las Arte, transcribieron selección de latigazos de insultos (no por horrorosos exentos de humor siniestro y de ingenio caníbal) y montaron un mural del odio en la casa racionalista de Barrio Parque que perteneciera primero a Victoria Ocampo y luego a los Macri. Dicen quienes conocen que la muestra se montó en lo que era la cocina de Isabel Menditeguy (exMauricio). ¡Grieta grillada!
En juntada de amigos y grafitos se fueron copiando los highlights más impresentables y por eso mismo más representativos. La operación artística consistía en selección, jerarquización, recorte, apropiación y cambio de soporte (del tipeo en los comentarios de los diarios al grafito en el mural tipografía tamaño 140). Las paredes aullaban. La letra a mano alzada hacía sentir los gritos del odio. La imagen era tan impactante que el periodista Víctor Hugo Morales llamó a los murales El Museo del Odio.
Escritura colectiva que hacía visible el horror de la injuria cloacal al exponer en las paredes esos latigazos de lenguaje en formato XL. Como un contrahechizo a la cobardía del posteo anónimo. Alto impacto y con gran poder inspirador para nuevos escenarios. El procedimiento se replicó en el Parque de la Memoria, en la galería cordobesa El gran vidrio, en la Universidad de General Sarmiento y… hasta en EE.UU: trabajando con materiales locales ¡en todos lados se cuecen odios! allá el otro a deshumanizar a través del insulto se llama musulmán, migrante, latino, afroamericano, perdedor.
2016. Gracias al 5to estón Gerardo Jorge: poeta, crítico, profesor y editor exquisito se llega al libro de poemas, editado por n direcciones. Los autores junto con Gerardo hacharon, cortaron, armaron y desarmaron esos enunciados sociales hasta convertirlos en libro de poesía. Miles de páginas de odio vueltos un libro exquisito de 16 poemas, un epígrafe y una dedicatoria final.
Y la poesía aparece a pesar del detritus. Alquimia.
Como si fuera La refalosa de hoy. En el poema de Hilario Ascasubi se cantaba una violación a un unitario por mazorqueros federales como si fuera un baile. El escritor trabajaba con el efecto de la oralidad ¡alucinante! pero imaginando ese lenguaje de los bárbaros. En cambio, Diarios del odio, enmarcado dentro del género de escritura no creativa, trabaja con enunciados reales de circulación social publicados sin ningún filtro a la vista de todos.
2016-2017. El director escénico Silvio Lang y su grupo ORGIE (Organización Grupal de Investigaciones Escénicas) percibieron la musicalidad escatológica del poemario y lo convirtieron en canciones de género pop evangélico que montaron en grandes puestas de indagación escénica a través de un enjambre de cuerpos y una banda en vivo. Éxito de masas, éxito de misas paganas.
2022. Comentarios hirientes, racistas, sexistas, clasistas, injuriantes que no estaban en la deepweb sino a la vista de todos al pie de página. Como si las noticias fueran meros trampolines para desplegar en sus lectores ese odio en gateras, listo para saltar al cogote.
¿El horror es mostrarlo a través de una operación estética? O el horror es que se pueda pensar, que se lleve a postear, que permanezcan publicados y que… se intenten llevar a la acción.
Diarios del odio nos lleva a mirar, a escuchar cómo canta el odio, cómo resuena el odio en la lengua que nos habla como sociedad.